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Foto del escritorDiego Marqueta

Vivir para siempre… o morir en el intento

Actualizado: 2 sept 2021

Cuando Groucho Marx dijo esto, seguramente pensaba en que finalmente le sucedería, hace hoy 44 años.


Cada vez que leo sus frases lacerantes y directas como proyectiles pienso y siento el esfuerzo que hay detrás: desarrollar un estilo, eliminar la grasa y ofrecer al lector el principio activo de la risa inteligente.


Como los dardos esponjosos de resina de poliéster de las pistolas de juguete: No duelen pero, amigo, te ha dado. Y en ese impacto inocuo es donde radica la diversión y la risa instantánea.


Comentamos el año pasado que Goethe no se enorgullecía especialmente de su obra poética, sino de su pionero tratado sobre la «Teoría de los colores» (Zur Farbenlehre: - el primer tratado sobre el color, su armonía y efectos emocionales).


Algo similar con Groucho Marx. Triunfó en todo lo que tocó: teatro-vodevil, radio, cine y televisión (en ese orden cronológico). Pero de lo que Groucho realmente se enorgullecía era de que, sin haber terminado la Educación Pública Básica, la Biblioteca del Congreso de EEUU le pidiera sus cartas manuscritas para conservarlas como tesoro literario. Se trata de correspondencia con Peter Benchley (quien escribía discursos para el presidente Lyndon B. Johnson) o con TS Eliot (poeta premio Nobel de Literatura). Canela fina. Y un ejemplo de marca brutal: cuando la gente te atribuye citas apócrifas como el falso epitafio de «Disculpe que no me levante». (Aunque Groucho sí que había manifestado que deseaba ser enterrado encima de Marilyn Monroe).


Como entre broma y broma, la verdad asoma, es sencillo ver en sus geniales libros reflexiones potentes, intercaladas con ese humor surrealista (=sur-réalisme = por encima de la realidad). Por ejemplo, hace un par de textos hablábamos de la máxima «Nada en Exceso» de Solón de Atenas. Pero prefiero la de Groucho, después de que la invitada en su programa de TV Apueste su vida contase que el amor a su marido propició la descendencia de 15 hijos:


«Yo también amo a mi puro, pero de vez en cuando me lo saco de la boca».



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